Lo Que Creo

©1984, JG Ballard
©2009, Pepe Rojo por la traducción |

Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para liberar la verdad en nosotros, para detener la noche, para trascender la muerte, para encantar autopistas, para agraciarnos con pájaros, para reclutar la confianza de los locos.

Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del accidente automovilístico, en la paz del bosque sumergido, en las emociones que brinda la playa de vacaciones desierta, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.

Creo en las pistas de aterrizaje olvidadas en la isla Wake, apuntando a los Pacíficos de nuestras imaginaciones.

Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el brillo de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos; en las sonrisas poseídas de los empleados de gasolineras; en mi sueño de Margaret Thatcher acariciada por ese joven soldado argentino en un motel abandonado, observados por un empleado de gasolinera tuberculoso.

Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus imaginaciones, tan cercana a mi corazón; en el empalme de sus cuerpos desilusionados con los rieles de cromo encantados de los mostradores de supermercado; en su cálida tolerancia de mis propias perversiones.

Creo en la muerte del mañana, en el agotamiento del tiempo, en nuestra búsqueda de un nuevo tiempo dentro de las sonrisas de meseras de carretera y los ojos cansados de los controladores del tráfico aéreo en aeropuertos fuera de temporada.

Creo en los órganos genitales de los hombres y mujeres eminentes, en las posturas corporales de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y la princesa Di, en los dulces olores emanando de sus labios mientras contemplan las cámaras del mundo entero.

Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en lo lunático de las flores, en las enfermedades acumuladas para la raza humana por los astronautas de los Apollos.

Creo en nada.

Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Titián, Goya, Leonardo, Vermeer, Chirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, el cartero Cheval, las Torres Watts, Bocklin, Francis Bacon, y todos los artistas invisibles en las instituciones psiquiátricas del planeta.

Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en las intenciones homicidas de la lógica.

Creo en las mujeres adolescentes, en su corrupción por las posturas de sus piernas, en la pureza de sus cuerpos descuidados, en los rastros de su pudenda abandonados en los baños de moteles derruídos.

Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que ha volado, en la piedra aventada por un pequeño niño que lleva con ella la sabiduría de los hombres de estado y las parteras.

Creo en la gentileza del bisturí del cirujano, en la geomería sin límites de la pantalla de cine, en los universos escondidos dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en lo parlanchín de los planetas, en nuestra repetitividad, en la inexistencia del universo y el aburrimiento del átomo.

Creo en la luz que proyectan las videocaseteras en los aparadores de las tiendas departamentales, en las revelaciones mesiánicas de las parrillas de radiadores de los automóviles de exhibición, en la elegancia de las manchas de aceite en los motores de barquilla de los 747 estacionados en el asfalto de los aeropuertos.

Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro, y en las infinitas posibilidades del presente.

Creo en el trastorno de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.

Creo en los diseñadores de las Pirámides, el edificio del Empire State, el Fuhrerbunker en Berlin, las pistas de la isla Wake.

Creo en los olores corporales de la Princesa Di.

Creo en los próximos cinco minutos.

Creo en la historia de mis pies.

Creo en migrañas, el aburrimiento de las tardes, el miedo a los calendarios, la traición de los relojes.

Creo en la ansiedad, la psicosis, y la desesperanza.

Creo en las perversiones, en el apasionarse con árboles, princesas, primeros ministros, estaciones de combustible abandonadas (más bellas que el Taj Mahal), nubes y aves.

Creo en la muerte de las emociones y el triunfo de la imaginación.

Creo en Tokyo, Benidorm, la Grand Motte, la isla Wake, Eniwetok, la plaza Dealey.

Creo en el alcoholismo, la enfermedad venérea, la fiebre y el agotamiento.

Creo en el dolor.

Creo en la desesperación.

Creo en todos los niños.

Creo en mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, acertijos, itinerarios de aerolíneas, y en la señalética de los aeropuertos.

Creo todas las excusas.

Creo todas las razones.

Creo todas las alucinaciones.

Creo en toda la furia.

Creo en todas las mitologías, memorias, mentiras, fantasías, evasiones.

Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la gentileza de los árboles, en la sabiduría de la luz.
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Traducción: Pepe Rojo
Publicado en RE/SEARCH #8-9 en 1984.

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